Draco. La sombra del Emperador by Massimiliano Colombo

Draco. La sombra del Emperador by Massimiliano Colombo

autor:Massimiliano Colombo [Colombo, Massimiliano]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2012-09-18T04:00:00+00:00


XI

El puente sobre el Rin

Abril del 357 d. C.

—¡Quietos! ¡Quietos, me rindo! —Había intentado huir, pero los dos eran rápidos. Lo alcanzaron y saltaron sobre él—. ¡Me rindo!

—¡Draco combate, no se rinde!

Victor se dejó caer en la hierba, con Ario y Clodio agarrados a sus piernas. A poca distancia, Suana los miraba, sonriente.

El franco y los dos niños se sentaron para recuperar el aliento en la hierba primaveral, cerca de las murallas de Senones. El asedio del invierno era un recuerdo lejano.

Juliano y su séquito habían regresado a la ciudad con una legión de brachiati, y habían llevado víveres y madera. Todos se habían empeñado duramente en reconstruir lo que los alamanes habían destruido.

El césar había hecho todo cuanto había estado en su mano para ayudar a la población. Ahora la Galia entera lo veneraba y todos los días llegaban voluntarios de todas partes para enrolarse en su ejército.

De vez en cuando, los campos devolvían los despojos del asedio: flechas partidas, yelmos abollados, espadas oxidadas y restos de cuerpos sin nombre ni rostro.

El césar de la Galia no podía darle cargos oficiales a su draconarius, que para Marcelo y Apodemio, aún al mando de la Galia, estaba muerto. Sin embargo, le correspondió con una generosa compensación, gracias a la cual el protector vistió con los mejores paños de la Galia a Suana y a los dos chiquillos, que ahora vivían con ellos. Dos caballos de guerra y nuevas armas acrecentaron su fortuna, junto con reservas de buena comida, para borrar el desagradable recuerdo del hambre.

Llenos de entusiasmo por su nueva vida, Ario y Clodio empezaron a hablar en latín. Volvieron con Victor a la granja de la que habían huido y vertieron algunas lágrimas delante del montón informe de escombros ennegrecidos, sobre los que despuntaban verdes manchas de vegetación primaveral.

—Es tiempo de volver a la ciudad —anunció Victor— y el que llegue el último cepilla los caballos.

Había visto la señal desde la vieja torre de observación. Llegaban visitantes por el norte.

Los tres varones corrieron, riendo, dejando a su espalda a Suana, que no conseguía mantener su paso. La mujer inspiró el aire de primavera tratando de saborear aquel momento de serenidad recuperada.

Desde que Victor había vuelto a Senones pasaban mucho tiempo juntos. Solo esperaba que durase largamente…

Miró al suelo, la mancha amarillenta de una prímula, y vislumbró la punta oxidada de un abrojo que sobresalía del terreno. Un paso, y lo habría pisado.

El peligro se ocultaba por doquier, incluso detrás de una maravillosa jornada de primavera.

—Han llegado unos correos —dijo Salustio—. Esperemos que traigan buenas noticias.

El estratega y el protector entraron juntos en la sala de audiencias de Senones. Juliano ya estaba esperando, en el centro, sentado en su sillón habitual.

Pasos en las escaleras. Un guardia abrió la puerta, se apartó a un lado y dejó pasar al mensajero. El soldado se arrodilló delante de Juliano y se quitó el yelmo.

—Bienvenido, Corax.

—Gracias, mi césar.

En el rostro del griego estaba impresa la fatiga del largo viaje y también el recuerdo indeleble



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